Luz, espacio y optimismo

Los proyectos de los años 80 en las fotografías de Lluís Casal

La colaboración inicial entre el arquitecto y el fotógrafo — que se prolongó durante décadas — ayudó a forjar la identidad visual de la arquitectura de  Víctor López Cotelo en continuidad con la coherencia e intensidad de sus obras.

Invierno de 1985. En los descampados de un antiguo aeródromo de Alcalá de Henares, Madrid, se erige la nueva Facultad de Farmacia (1979-1985). Un negativo de formato 6x6 en blanco y negro nos muestra en ligero escorzo y desde una recatada distancia los rotundos y secuenciales volúmenes prismáticos de ladrillo de un edificio nítidamente funcionalista y tecnológico. En primer término, la sombra arrojada de dos individuos y un trípode revela explícitamente la desde entonces simbiótica colaboración entre el fotógrafo catalán Lluís Casals (1954-2021) y el arquitecto madrileño Víctor López Cotelo. Casals, formado en la Escuela Elisava y admirador de su referente y maestro Català-Roca, venía desempeñando a la par que su colega Ferrán Freixa una incipiente pero ya reconocida labor como fotógrafo de arquitectura para los equipos catalanes del momento, como Clotet y Tusquets, Garcés y Soria o Correa y Milá. Se trataba de la primera ocasión en la que el arquitecto demandaba los servicios de un fotógrafo profesional, debido al interés mostrado por una revista en publicar la obra recién terminada. La vivienda construida anteriormente por López Cotelo en Soto del Real y alguna otra obra hecha en colaboración con Carlos Puente contaron únicamente con fotografías del propio arquitecto, concentrado más en el desenvolvimiento intenso de su oficio que en dar a conocer su obra. Casals llegó para quedarse y responsabilizarse de construir la síntesis visual de la cuidada arquitectura de López Cotelo. En aquella sombra compartida quedaba sellada metafóricamente, en parte también por la discreción y sencillez de ambos, una amistad y una colaboración que perduraría durante casi cuatro décadas, hasta el fallecimiento del fotógrafo hace tres años.

Sinergia de arquitectura e imagen

En el caso del proyecto de Alcalá de Henares, no más de 40 fotografías — más sus correspondientes versiones para garantizar la exposición correcta — la mayoría aún en blanco y negro y otras pocas en color, componían una coreografía completa del interior y el exterior del edificio que evidenciaban aquello que mereció la confianza del arquitecto: sin necesidad de dirigir su mirada, el ojo de Casals recogía visualmente la esencia del edificio, la que López Cotelo reconocía y certificaba. «Mi relación con él era buenísima», —afirma — «porque no necesitaba decirle nada. Conseguía hacer las fotos clave, las precisas y las que mejor definían el edificio». Al igual que los primeros proyectos firmados por el arquitecto y su socio tras abandonar el despacho de De la Sota eran depositarios de una intensa y rigurosa lección de arquitectura — que escondía la mano y el protagonismo de los autores en favor de un sincrético y poético orden estructural, constructivo y material del edificio — las fotografías de Casals no perseguían construir una visión autónoma que desligara la naturaleza de la imagen de la identidad de lo observado: la seña de identidad de Casals — que encandiló a López Cotelo como por ejemplo la de Lucien Hervé sedujera a Le Corbusier por otras razones — es precisamente carecer de ella, concentrando todos sus esfuerzos en hacer desaparecer cualquier atisbo de autoría para dejar que la arquitectura retratada rezumara su intensa coherencia y personalidad. A instancias de los sucesivos clientes y contratistas, otros fotógrafos como Javier Azurmendi, Eduardo Sánchez, Bernardo González Corces, Luis Asín, Ducio Malagamba o Hisau Suzuki, retrataron también por distintos motivos algunas de las obras de Víctor López Cotelo, siendo con Lluís Casals con quien realmente consiguió sellar la conformidad conceptual y la sinergia visual de sus obras.

Abstracción de la riqueza espacial

«Lluís disfrutaba muchísimo con nuestras obras porque había una gran afinidad que no tenía que ver solo con la arquitectura sino también con los intereses generales que compartíamos. Era una persona discreta, que no estaba en la primera fila y en eso coincidíamos», recuerda el arquitecto apuntando al humanismo que subyace en su ser y su hacer. Se trata de una actitud que, trasladada a la arquitectura, está presente en el proyecto del Ayuntamiento de Valdelaguna (1983-1987), integrándose volumétrica y formalmente con el carácter vernacular y con la escala del espacio urbano en el que se inserta. Es una arquitectura que sabe estar, que cose, articula y permeabiliza el protagonismo vertical y simbólico de la representatividad ciudadana con la amabilidad horizontal y próxima de la atención y el servicio público. Nuevamente, revisar en su archivo — donado al Colegio de Arquitectos de Cataluña tras su fallecimiento — el escueto reportaje de apenas 15 imágenes nos permite contemplar una narrativa visual parca y condensada que realza exclusivamente la lírica silenciosa del proyecto. Las renacentistas perspectivas frontales con un único punto de fuga, reforzadas por el formato cuadro de la diapositiva 6x6, permiten a Casals, sin perder su riqueza espacial y continuidad dinámica, abstraer la lectura y el entendimiento del atemporal proyecto en una suerte de lienzo que muestra la sutil y rica paleta de materiales y texturas interiores y exteriores, la autonomía estructural, el contrapunto lírico y figurativo de escaleras, barandillas y carpinterías y la activación atmosférica propiciada por la penetración controlada de la luz en el interior del edificio.

Construida en milímetros, vivida en segundos

La biblioteca pública de Aragón en Zaragoza (1984-1989) es la obra que resume y reconoce lo logrado tras esta primera etapa de colaboración con Carlos Puente durante la floreciente década de los 80, cuando eclosiona la España de las autonomías y, consiguientemente, el protagonismo de una pujante generación de arquitectos responsables de un amplio elenco de equipamientos públicos dotacionales que la nueva descentralización del país requería. De entre ese «racionalismo ecléctico», tal y como se etiquetó a esa arquitectura ochentera que flirteaba aún entre tradición y modernidad, la biblioteca de Zaragoza saca la cabeza con personalidad propia, no por las supuestas citas a los maestros próximos (De la Sota) o lejanos (Aalto, Asplund) como expresión de esa tensión semántica que interesaba más a la teoría que a la práctica, sino por su consistencia pragmática, sobria, depurada y realista. Sin forzar esa realidad ni recrearse en ellas mismas, las fotografías de Casals — escasas en número pero intensas en significación — nos vuelven a dar las claves de un nuevo ejercicio exterior de sutura urbana y adecuación formal — como ocurría en Valdelaguna pero con otra escala y carácter — y de una refinada materialidad que hace prevalecer el valor intrínseco de los criterios y detalles constructivos y la expresividad estructural, moldeada por una luz que informa la naturaleza funcional de los ricos espacios interiores. Casals reescribe lo observado — así lo explicaba él mismo — y transforma esa información en una geometría plana mediante la línea, la composición y la luz. Una luz que es la verdadera vivificadora del espacio arquitectónico, detenida por el tiempo en el espacio fotográfico. «La dimensión temporal de la arquitectura es más importante que la espacial», apunta López Cotelo. «La arquitectura se hace en milímetros, pero se vive en segundos», en los segundos que tardaba Casals en inmortalizarla. — Iñaki Bergera

Iñaki Bergera (1972) es Dr. Arquitecto, Catedrático de Proyectos Arquitectónicos de la Universidad de Zaragoza, fotógrafo y comisario. Su trabajo artístico personal y su amplia trayectoria investigadora y producción científica se centra en las relaciones entre fotografía, arquitectura, espacio urbano y territorio.

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