Como resultado de un proceso de destilación, el repertorio arquitectónico de Víctor López Cotelo se refleja en una sencilla y pequeña casa de vacaciones. Bien pensada en cada detalle, habla del uso consciente de la luz, del control de la temperatura y de una asombrosa economía de medios.
La Casa de Vacaciones en Rodalquilar está situada en el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar (Almería) en el sur de España donde predominan las playas vírgenes y los paisajes desérticos. Rodalquilar tuvo su origen como poblado minero que se ha desarrollado tímidamente manteniendo su esencia y su tamaño.
La casa que proyectó Víctor López Cotelo, fruto del encargo de un amigo en 1992, se levanta en un pequeño solar urbano de sólo 3,20 metros de fachada y 12 metros de fondo, en una calle tan estrecha que ni siquiera puede pasar un coche. La casa se presenta como un volumen rotundo y austero de muros blancos de cal, sólo adornado en la fachada con tres huecos precisos ocultos detrás de celosías de madera. Para ello, el arquitecto se ha apropiado de la gramática de la arquitectura popular de la zona con la voluntad de escuchar los murmullos del genius loci.
La casa defiende la sensualidad fenomenológica durante el ritual de acceso. La primera decisión del proyecto fue la de proponer un semisótano — cuya superficie no computaba según la normativa — que sirviera de zaguán y al que se accede bajando siete peldaños de una escalera abierta situada en un patio en la fachada. Desde el semisótano se sube por escaleras interiores hacia los dos niveles superiores y a la cubierta-terraza que actúa como un mirador. De este modo, se consigue entrar a la casa desde su corazón. Ese recorrido atávico —primero bajar, para luego subir — nos reconcilia primero con el frescor de la tierra y la penumbra, para finalmente disfrutar de la luz de la bóveda celeste. Este semisótano está permanentemente ventilado e iluminado tanto a través de ese patio de fachada, así como a través de unas ranuras situadas en el suelo del patio trasero de la planta principal superior. El zaguán incorpora una ducha independiente, un pequeño almacén y una encimera de mármol.
En la planta principal se sitúa la cocina y el baño —orientados a la fachada — y un salón a doble altura que se abre hacia el patio trasero, y que a través de la cocina y de su puerta-balcón permite la ventilación cruzada. En el segundo nivel se dispone un único dormitorio que se abre tanto a la fachada principal, como a la doble altura interior del salón a través de otro hueco: un hagioscopio. Todos los espacios de la casa disfrutan de ventilación cruzada, como una respuesta económica para atemperar los espacios.
En la casa, las escaleras se presentan conformando un paisaje propio y definen un paseo vertical doméstico. Además de la pequeña escalera de acceso desde la calle al semisótano construida con hormigón, un juego adicional de tres escaleras de madera de un tramo y con las zancas no coincidentes ni en pendiente, ni en dirección, permiten alcanzar los diferentes niveles hasta llegar a la cubierta. La inclinación de la zanca de las diferentes escaleras va aumentando, a medida que se alcanza niveles de más intimidad. Desde esa terraza superior se puede disfrutar de las vistas sobre el Valle del Rodalquilar y, al fondo, el mar mediterráneo.
La posición definitiva de las barandillas sólo se confirmó cuando, una vez construidas las escaleras, el propio arquitecto las subió durante las obras descubriendo los lugares donde era necesario agarrarse con la mano. En las escaleras encontramos perfiles paralelos a la zanca a modo de pasa-manos, pero también perfiles verticales, o incluso barras horizontales situadas sobre la cabeza que permiten ascender y descender con seguridad. La chimenea, situada en el salón sobre la escalera para aprovechar ese espacio, lanza su tubo de evacuación de humo atravesando de forma libre la doble altura del salón y cuyo trazado aparece deliciosamente dibujado en los planos del arquitecto. De ese modo, las barandillas, construidas con un perfil tubular de acero galvanizado y el tubo de la chimenea forman una escultura abstracta y se presentan como una concesión artística ornamental que ofrece la casa.
El diseño de las carpinterías se formaliza como dispositivos activos energéticos que además controlan la transpiración y la luz. Tanto la abertura del salón hacia el patio como el hueco exterior del dormitorio presentan unas ventanas que incorporan una serie de capas especializadas, cada una de ellas con una función: un primer plano interior de carpintería de madera y vidrio con contraventanas — y en el salón una carpintería de aluminio —, una generosa cámara de aire que se aprovecha del espesor necesario para proteger los vidrios del sol, y finalmente una celosía de madera en el exterior: transpirable y practicable. Todo el sistema se materializa como una interpretación ingeniosa de un boínder (bow-windows) adaptado al clima mediterráneo.
La pequeña casa presenta varias decisiones que hacen de ella una obra maestra: unos detalles que encuentran en lo humano cualquier justificación formal, unos sistemas constructivos sinceros y el ingenio heredado de la sabiduría popular que incorpora una noción ampliada de sostenibilidad. Un ejemplo es el aprovechamiento de la palmera del vecino, para incorporar su presencia visual y su sombra en el pequeño patio de la casa, tal y como nos dice López Cotelo.
La casa se construye con materiales sencillos y técnicas locales, donde lo táctil se reclama como protagonista frente a lo estrictamente visual: el suelo fresco de mármol blanco de Macael —unas conocidas canteras cercanas que surtieron de material a los patios de la Alhambra—, el revoco de cal blanco luminoso, el hormigón visto en el sótano, las bovedillas arqueadas en los techos, el muro de piedra del patio heredado de las infraestructuras agrícolas o las carpinterías realizadas por carpinteros artesanos de la zona. El resultado es una atmósfera atemporal de recogimiento y de serenidad.
Ahora que la casa cumplirá pronto los 30 años, se ha podido comprobar cuánto los buenos proyectos de arquitectura son la consecuencia de una sugerente conversación entre el arquitecto, el promotor y el constructor. Durante las vacaciones, a veces nos gusta vivir en un entorno ascético, renunciando a lo superfluo y donde poder reconciliarnos con los valores primeros. Quizá ese sea el secreto de la felicidad: tener la virtud de multiplicar el placer con decisiones sencillas. – José Francisco García-Sánchez
José Francisco García-Sánchez (1983) Doctor Arquitecto por la Escuela de Arquitectura de Madrid (UPM) (2020). Compagina la práctica profesional con la docencia y la investigación. Profesor de Proyectos Arquitectónicos de la Universidad de Granada. Premio Alonso Cano (2007). Premio ARCO (2016). Premio Hispalyt (2019). VII Premio IUACC a la Mejor Tesis Doctoral (2022). Nominado en el EU Prize for Contemporany Architecture - Mies van der Rohe Award (2022). Premio de Investigación en la XVI Bienal Española de Arquitectura y Urbanismo (2023).