El análisis de las características inmateriales del lugar y de las cualidades de las estructuras existentes desempeña un papel central en la obra de López Cotelo. En las afueras de la capital gallega, unas ruinas de piedra sirvieron de base para intervenciones de gran densidad arquitectónica.
En su ya larga carrera Víctor López Cotelo, casi silenciosamente, ha ido dejando tras de sí un selecto grupo de obras intensas y depuradas, y también un puñado de intervenciones exquisitas en edificios y contextos fuertemente caracterizados por la historia o el paisaje, ya tuvieran gran valor monumental o fueran de carácter modesto. Todo ello hace de López Cotelo una referencia imprescindible en la arquitectura española de las últimas décadas. Sus trabajos en Santiago de Compostela, realizados en los últimos veinte años, condensan brillantemente casi todos sus intereses, apreciables desde sus primeros proyectos como el pequeño Ayuntamiento de Valdelaguna o la Biblioteca Pública de Zaragoza, verdaderamente ejemplares.
Situadas en la periferia pero próximas al casco histórico, estas operaciones han supuesto la revitalización de deslavazados tejidos obsoletos en un paisaje semirural con fuerte presencia de preexistencias ambientales. Recordemos que Santiago de Compostela es, junto con Jerusalén y Roma, uno de los tres grandes focos de peregrinación del cristianismo. En su catedral románica está el sepulcro del apóstol Santiago el Mayor, y es el punto final del Camino de Santiago. En ellas se hace evidente que López Cotelo concibe la arquitectura como el acto de definición, estructuración e integración entre lo existente y lo nuevo: un acto de refundación. La estrategia principal es siempre integrar la compleja diversidad inicial bajo un concepto unificador para conseguir un resultado coherente y congruente. Eugène Viollet-Le-Duc, uno de los padres de la teoría de la restauración, afirmaba que restaurar un edificio no es cuidarlo, repararlo o rehacerlo, sino establecerlo por completo en un estado que puede no haberse dado en ningún momento.
Dos de las obras son intervenciones análogas en dos antiguos espacios industriales abandonados. La naturaleza tiene una fuerte presencia: la corriente sonora del río, el viento que mueve el ramaje de los altos árboles y acaricia el rostro, el musgo tapiza las piedras y las hiedras trepan sobre los muros, las huellas en la tierra de los caminos... La historia se acumula en la zona y hay restos históricos de todo tipo: elementos medievales abundantes en esta ciudad de peregrinación, edificaciones fabriles del XIX y caserío menudo de diversas épocas. Los proyectos resuelven la amalgama de historias, construcciones y espacios que coexisten simultáneamente, dándoles un nuevo uso.
La rehabilitación de la fábrica de curtidos en el río Sarela fue la primera en realizarse. Uno de los caminos de Santiago atraviesa longitudinalmente la parcela tras pasar un pequeño puente. El edificio de la curtiduría, situado en la parte más baja, más húmeda y menos luminosa de la parcela, se conserva como testigo del tiempo pero no se insertan en él los nuevos espacios residenciales, aprovechando la edificabilidad no consumida para las nuevas construcciones. El molino de corteza de roble se recupera y ocupa el centro del patio de acceso a los apartamentos. Las piletas o albercas para curtir las pieles se mantienen también como otro signo más de identidad del lugar. Los nuevos edificios se colocan en la pendiente soleada estructurados mediante muros que siguen las curvas de nivel, transversales a los existentes en el perímetro, creando así unos bancales que generan cómodas superficies horizontales. Encabalgados en esos muros se colocan las distintas piezas: el garaje, la vivienda del promotor, los dos edificios destinados a hospedería.
La fábrica de curtidos en Pontepedriña de Arriba ilustra bien la estrecha y necesaria colaboración con el promotor y las autoridades responsables de la ordenación urbanística. Inicialmente se pidió un centro de congresos que más tarde fue sustituido por una escuela de formación profesional. El cambio de programa no implicó un cambio en la comprensión del carácter del lugar, una instalación manufacturera construida en el siglo XVIII y posteriormente ampliada en el XIX, también junto al río Sarela y cercano a un puente, una fuente y un lavadero medievales. El carácter industrial original se conserva como signo de identidad: la tipología de pabellones a dos aguas de los talleres es la misma de los cobertizos de la antigua factoría. Los pavimentos son superficies que revelan las relaciones entre lo nuevo y lo existente, los materiales elegidos oscilan entre lo vernáculo y lo tecnológico en función de su posición y sus cualidades, el tamaño de los ventanales manifiesta el carácter de la edificación, pues para López Cotelo los huecos son elementos determinantes que concentran los aspectos fundamentales de la disciplina, pues en ellos se dan cita lo lejano y lo próximo, lo exterior y lo interior, lo vacío y lo lleno, la idea y la materia, y definen la calidad arquitectónica de una obra. Acertadamente, la propia intervención se convierte en un ejemplo didáctico para los alumnos de la escuela de artes y oficios de la construcción.
Las otras obras tienen un uso residencial y se implantan en parcelas sin proyecto o planeamiento ordenador previo por lo que se realiza un esfuerzo de articulación de espacios inconexos y construcciones azarosas. En el conjunto residencial en la Vaquería Carme de Abaixo no rehúye la utilización de elementos extraños entre sí. La implantación del programa, exclusivamente residencial, aprovecha bien el pintoresquismo informal, espontáneo y orgánico del entorno, la fuerza de la topografía y el arbolado junto a la ribera del río Sarela. El solar, exiguo e irregular, se estructura mediante la talla de desniveles, patios, bancales, escaleras, terrazas y pasajes, incluso se cambia el trazado de una calle prevista en el planeamiento por otra solución más eficaz que abre un jardín públic en el corazón de la parcela, permeando el espacio privado. El edificio de mayor tamaño, rematado con un tejado de mansarda poco habitual en la zona, es el pivote que ordena el resto de la actuación a su alrededor. Tras él, ligeramente retranqueado, aparece una pastilla de viviendas que en su parte trasera se dispone en peine cuyas puntas sobrevuelan intermitentemente el corredor exterior de acceso, en la planta intermedia, solucionando así el fuerte desnivel a la vez que recuperando la riqueza espacial de la ciudad medieval. Otras pequeñas piezas rematan y cosen el deshilachado frente urbano a la calle de lo que alguna vez fue el barrio rojo de Santiago. El resultado funde lo rural y lo urbano, lo natural y lo construido, lo industrial y lo residencial, lo existente y lo nuevo, en una mezcla original y vigorosa.
Dos proyectos no construidos, uno para un conjunto residencial en Cubeiro y otro para Las Casas do Rego, tienen un planteamiento similar: donde el planeamiento preveía viviendas unifamiliares Cotelo propone bloques de baja altura, que consumen mucha menos superficie de suelo y permiten trabajar con volúmenes netos, con el fin de potenciar los valores arquitectónicos y paisajísticos de la zona mediante el tallado de los volúmenes a la búsqueda de la escala más adecuada y de un orden más allá del pintoresquismo casual originario. En ese sentido, el edificio de viviendas en La Alameda, situado en un escenario urbano plenamente consolidado, representa una práctica profesional más común. Repite la volumetría de las construcciones existentes pero se resuelve en un lenguaje arquitectónico contemporáneo como expresión de nuestra época, al igual que los inmuebles vecinos son también fruto de los diferentes momentos en que se construyeron y que la ciudad reúne. Juntos, alineados, componen y rematan la fachada urbana frente al parque de La Alameda.
Por último, el espléndido Conjunto residencial en Caramoniña, situado en el borde del casco antiguo, ocupa una posición mucho más comprometida que los anteriores pues limita por un lado con el parque de Santo Domingo de Bonaval, elemento significativo del centro histórico, y por el otro con un desarrollo urbano rutinario y sin interés. La actuación sensible y matizada de López Cotelo articula la compleja traba entre ciudad y campo característica de Santiago de Compostela mediante una intervención singular que resuelve la continuidad entre dos zonas de muy distinto valor mediante la cuidadosa sutura de las edificaciones de los años sesenta con los elementos históricos.
Estos trabajos evidencian la importancia esencial que para López Cotelo tiene la dimensión temporal de la arquitectura. En la memoria del proyecto para la rehabilitación de la Casa de las Conchas de Salamanca escribía un pensamiento aplicable a toda su carrera profesional: “La intervención se centra en la identificación, definición y construcción de aquellos elementos mínimos necesarios para la vida del edificio, que deben coexistir con las fábricas originales y trata de compartir la esencia del espíritu del edificio como expresión de su tiempo, cuya integración se cataliza por un entendimiento inteligente y sensible de la realidad constructiva”. La construcción y la técnica son capaces de resistir la fugacidad de la vida biológica para sostener la vida social, convirtiéndose quizá en lo más revelador de la lucha de los mortales contra el paso del tiempo. Un edificio es dinámico no porque se mueva sino porque abarca el tiempo. Las obras concebidas y construidas para permanecer apelan a la idea de duración de Henri Bergson como el verdadero tiempo humano, en que la arquitectura se extiende y se dilata y dura, pues de alguna manera son capaces de suspender el transcurrir mecánico del tiempo para inaugurar otro distinto, experiencial, que conjuga el pasado con el presente en una feliz síntesis. Aparece, cada vez, una nueva pero reconocible identidad erigida sobre lo duradero, no sobre lo fugaz, proyectándose así como una base sólida y compartida sobre la que apoyar la fundación del futuro, poniendo en hora su constante devenir.
El arquitecto, como una antena, capta las necesidades antropológicas y cívicas del habitar - el rasgo esencial del habitar es el cuidar, sostenía Martin Heidegger—para proponer un espacio grato que acompaña la experiencia del usuario. López Cotelo organiza la arquitectura según los actos sencillos y cotidianos del morar para construir un refugio acogedor, ese nido que Gaston Bachelard propone como imagen del reposo, de la tranquilidad, asociada inmediatamente a la imagen de la casa sencilla levantada bajo el signo de la simplicidad. La arquitectura de López Cotelo, teñida de empirismo y de organicismo, con ecos de Lewerentz y Aalto, de Häring y Scharoun, provoca una sensación de cálida proximidad y se presenta elegante, comedida, eficaz, modulada, desprendiendo una serena y magnética atracción. En ella se aprecia el profundo cuidado por el paisaje, la fértil conservación del patrimonio edificado como rastro de la historia colectiva, la lúcida comprensión de las diferentes escalas en las que tienen lugar los fenómenos del vivir, la articulación tectónica de la construcción. El orden de la luz y la materia es la síntesis de los diversos y contrapuestos requerimientos de todo tipo que tensan un proyecto. Se trata, en fin, de una obra profundamente humanista: su postura resistente, a contracorriente, en la que el ser humano ocupa la médula de esa arquitectura precisa, ordenada, coherente y sintética, representa una fuerza de rozamiento ilustrado que se opone obstinadamente al paso inane de un presente banal. — Juan García Millán
Juan García Millán (1962) es arquitecto, profesor en la Universidad Antonio de Nebrija y director de Ediciones Asimétricas, editorial centrada en arquitectura y artes visuales. Ha dirigido las revistas Arquitectura (editada por el Colegio de Arquitectos de Madrid) y Constelaciones (publicación científica indexada de la Universidad San Pablo-CEU).